domingo, 20 de octubre de 2019

Manzanita 1998 - Por Tu Ausencia






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José Ortega Heredia, apodado Manzanita, porque se ponía colorao por nada, es el primer cantautor gitano. Hijo de gitanos andaluces y sobrino de Manolo Caracol, Manzanita vivió momentos de gloria en los últimos setenta y primeros ochenta, cuando se atrevió a convertir al flamenco el popular Ramito de violetas de Cecilia, del que vendió medio millón de copias; La quiero a morir, de Francis Cabrel; o el Verde que te quiero verde, de Lorca. Nacido en Madrid, aunque criado en Málaga, Manzanita tenía siete hijos y dos nietos. 

Comenzó a tocar la guitarra a los nueve años, en los tablaos en los que su padre, cantaor, actuaba, y dos años después acompañó en sus giras mundiales a Enrique Morente, quien le inculcó su afición por la literatura. El artista nunca fue un ortodoxo del cante, del que siempre defendió su peculiaridad. En sus inicios formó parte del grupo Los Chorbos (1974), integrado por otros chicos del barrio madrileño de Caño Roto, en el que vivía. El grupo copiaba música funky e influyó en otras formaciones flamencas, como Los Chichos. Tres años después inició su carrera en solitario y en 1978 apareció su primer trabajo, Poco ruido y mucho duende, al que siguieron Espíritu sin nombre, Talco y bronce y otros ocho discos más llenos de éxito para el que protagonizó la primera fusión entre el flamenco y el pop. 

También fue uno de los primeros en romper las barreras comerciales que el flamenco, hasta entonces minoritario, tenía en nuestro país. El campo, el mar y Gustavo Adolfo Bécquer fueron fuente de inspiración para Manzanita, de quien los flamencólogos renegaron porque no conservó la pureza. Y él repitió una y otra vez que lo suyo no era un flamenco, «lo mío no tiene nombre, es una mezcla de todo un poco, de flamenco, jazz, rock, salsa... de todos los tipos de música que me gustan». 

«Además, cuando yo hago una cosa, la hago para mí», subrayó el artista. Manzanita , que publicó Dímelo tras estar muchos años sin grabar material inédito, no era un gran cantaor, ni tenía una voz privilegiada, según sus propias palabras, pero poseía una voz «con personalidad» una voz rota, ronca y sufrida de la que salieron lo que él llamaba «bulemias» en lugar de bulerías, algo que él sentía «y que ningún flamencólogo entenderá jamás».


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