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Pocas esperanzas pueden estar depositadas en ti cuando te apodan Drogas. Partiendo de esta base y con la seguridad que da el no tener gran cosa que perder, Barricada lanzó su primer trabajo con la rapidez y la prisa como compañeras de viaje.
Y a cualquiera que en 1983 le dijeras que cuatro chavales de barrio a medio descarriar iban a convertirse con los años en un referente de la música en España, le provocaría una carcajada que se escucharía hasta en el barrio de Txantrea.
Y es que la falta de medios es evidente; las guitarras están poco depuradas, la batería de Mikel suena chusca y barriobajera, incluso parece adivinarse algo de ruido de fondo en algún corte; se perdieron mezclas y hubo que regrabar con muchas prisas. Incluso el mismo Drogas bromea diciendo que este álbum de debut es “el carajillo hecho disco”.
Sin embargo, y siendo consciente de todo esto, ya desde la carcajada malévola de Drogas de “En silla eléctrica”, te das cuenta de que estás ante un disco con alma; Sergio Osés, que canta en casi todas las canciones, le pone mucho entusiasmo en la voz; los riffs metaleros incrustados en las estructuras rockeras guiñan con complicidad a los aficionados más deseosos de alzar los cuernos con la diestra, y, cuando te quieres dar cuenta, tu pie ya se te ha ido al ritmo de “Esperando en un billar”; y a poco que te fijes notas que las letras están impregnadas de rebeldía y descontento, pero con un punto melancólico que parece denotar la desesperanza y la falta de futuro que les ha tocado vivir.
Y luego están los estribillos, con buenos remaches en forma de coro, para que no se muevan; y por supuesto todo muy puesto en su sitio, no tuvieron mucho tiempo ni dinero para grabar, pero con lo que tenían las cosas han estado claras y ordenaditas, que ya habrá tiempo de complicarse; conscientes o no de ello, el lado fuerte del disco es precisamente la sencillez y la autenticidad que rezuman.
Destaca quizá entre todas “Esta es una noche de rock’n’roll” por sus segundas y terceras guitarras redoblándose a lo Iron Maiden, pero el resto para nada desmerece, en “Sin ver la cara a nadie” Boni le pega con fuerza y habilidad a las 6 cuerdas que están en un merecido primer plano, y la armónica de Ramoncín le da el toque nostálgico que “Pídemelo otra vez” necesita.
No son los Judas, tampoco los Ramones. Son los Barri, y no necesitan nada más, ni siquiera lo necesitaron en 1983, aunque alguno pudiera reírse de pensarlo.
Lafonoteca
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