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Manolo Tena siempre ha insistido en la valía de su cuarto trabajo y en su progreso -e incluso supremacía- respecto a «Las Mentiras del Viento» (Epic, 1995), llegando decir que mientras éste representa «un gran paso hacia adelante» el anterior «era un paso de nada». Podemos entender y empatizar perfectamente con esta reflexión, pero lo cierto es que este «Juego Para Dos» (Epic, 1997) no es más que un reflejo del revés que supuso para él la fría acogida de «Las Mentiras del Viento».
Todo lo corrobora, los textos aforísticos que sirven de pórtico para el libreto son bastante claros: «Me mataron y me mataron tan mal… que a mi propio entierro fui» (Tango de Goyeneche) o «Pero tengo la costumbre de resucitar’ (Sánchez Ferlosio).
Y no hay que ser parapsicólogo para concluir que evidentemente hay una cierta reivindicación dolida ante esa indiferencia y menosprecio. Tampoco hay que olvidar que el método de trabajo que había usado Tena en sus dos anteriores largos (confiar sus letras a ciertos músicos para que ellos las vistiesen intuitivamente) ofrece aquí ostensibles notas de agotamiento, de hecho, las mejores canciones son facturadas por el propio Tena; empieza también a vislumbrarse una cierta idealización de su disco mirabilis que es afectada por un intento de simulación o analogía que desmerece el conjunto.
Y, por último, tampoco el trabajo vocal a pesar de las loas que el titular brinda a Ricardo Eddy Martínez es encomiable, sin duda el más endeble y forzado de toda su carrera.
Después del chaparrón podemos decir que la producción y los músicos de estudio son brutales y que a pesar de sus debilidades este trabajo reserva alguna de las joyas más valiosas de su repertorio, y que quitando un poco menos de la mitad el disco es muy disfrutable y rítmico, pero claro, contrastándolo con todo lo anterior no sobrevive salvo contadas excepciones a un careo mínimo.
Así, «Tierra salvaje», sin ser una mala canción y con una poética brillante y muy atemporal se mueve en unos sonidos cansados y repetitivos, como si no acabase de arrancar y cuando lo hace sólo podamos hablar de hastío y escasez de ideas. Una pena porque el planteamiento espiritual hubiese merecido un compañero más creativo.
LaFonoteca
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