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Puede que nunca fuera un superventas, si exceptuamos su magistral retrato del Rastro y sus personajes en «Una, dos y tres», pero las grandes marcas discográficas se abalanzaron sobre él y le llegaron las ofertas. Aceptó la del sello Philips porque creyó en el compromiso artístico que le ofrecían.
Trabajó allí con más calma y nacieron sus discos más sólidos, más adultos. Un total de siete álbumes, alguno de ellos banda sonora de sus incursiones en el cine, como fue la segunda parte de «El libro del buen amor» donde encarnaba al Arcipreste de Hita. Seguían allí vivos sus personajes y sus temas.
El primer álbum en el nuevo sello fue el imprescindible «Once canciones entre paréntesis» donde compartían surcos la «Samaritana», «…y es mar», «20 aniversario… palabras» o «Nos pasarán la cuenta». Después llegaría «padre», «El maestro», «Posiblemente», «Me está doliendo una pena» y su prestigio fue subiendo casi a la vez que su popularidad porque en el disco «A donde el agua» de 1973 estaba ya ese retrato del Rastro del que ya hemos hablado.
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