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Tantas efemérides diarias en el mundo del rock y casi se nos pasa una de las que lo definen en nuestro país… Sí, señores, el 18 de noviembre de 1962 se celebró la primera edición de las matinales del Price, que, si no fueron las iniciales ni las de mayor número de ediciones, sí tuvieron la mejor promoción y ese punto histórico de crear la polémica inaugural, unas fotos en el diario «Pueblo» que mostraban unos jóvenes bailando por las calles de Madrid y que llevaron de inmediato a la supresión de toda su actividad por orden gubernativa.
De todo esto nos habla el cuidado libreto que recoge carteles y material gráfico, comentarios de su organizador, Miguel Ángel Nieto, y de algunos de los participantes en las sesiones; así pues, todo está plagado de jugosas anécdotas relativas a camerinos, ruegos en Direcciones Generales de Seguridad o instrumental de los grupos. Visto a esta distancia de, ufff, medio siglo, resulta entrañable si no fuera porque aún molesta el mediocre regusto de banalidad de nuestras autoridades y prensa al enfrentarse al fenómeno.
Las cien canciones que se deslizan entre las pistas del triple álbum permiten varias constataciones que rechazan la visión de estos festivales como una voluntariosa anécdota a pie de página.
La primera, que a pesar de ser un movimiento heterogéneo –baladas italianas o canción ligera compartían escenario con el primigenio rock and roll– fue una generación coherente que sin ser consciente de su papel –lo cual hubiera representado un peligro– sí que tuvieron las conexiones entre ellos necesarias, la intuición y el talento como para cambiar el panorama musical de la Península. Sí, aunque bebían de versiones o adaptaciones, la electricidad, y el espíritu estaban presentes en ellos.
Segunda constatación. Los Estudiantes y Micky y los Tonys eran tan grandes como nos habían dicho. Eléctricos, salvajes en la medida de lo posible, la escucha de ‘Whoo who’ o ‘Ready teddy’ resulta fascinante; y uno no puede creer que esas guitarras y esa contención lírica de ‘Un diablo disfrazado’ sean puro Buddy Holly.
Pero es que además se revelan grupos que habían sido olvidados, Los Jets, por ejemplo, sus lecturas del popular ‘Zorongo’ o de ‘María de la O’ plantan la semilla de lo que después va a ser esa productiva combinación de aires aflamencados y electricidad; no duden que aquí está el germen de Smash, Triana o El último de la fila.
Pero es que, además, tercera constatación, hay canciones deslumbrantes. Esos órganos y vientos combinados del Dúo Rubam, la crudeza en cada interpretación de Los Gatos Negros, instrumentales precisos o esa fascinante versión de la película ‘Charada’ de Los Sonor, llena de recursos en los arreglos que no serán asumidos por el pop sino hasta muchos años después.
En definitiva, aún siendo cuestión de minorías, aún con impericia, con barreras oficiales o con falta de todo tipo de instrumentación adecuada –es significativo el asombro de todos cuando los Diamond Boys de Albert Hammond aparecen con sus amplificadores desde Gibraltar– no estábamos tan desconectados del resto del mundo. Quizás para explicar todo lo que vino después debamos partir de este disco y no de los Brincos o de la Nueva Ola.
Valiosa aportación y excelente comentario. Muchas gracias.
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